LOS QUE SE FUERON A LA PORRA

Pedro Alfonso González Ojeda.

Le di gracias al dios de los libros, que por fortuna permanecieron en la minibiblioteca todos cuando los vagabundos del mundo, llamados rateros, revolvieron nuestra morada. Di gracias al dios de la inteligencia y la ignorancia que los proveyó sobradamente con la última. Se salvaron de ser llevados a los confines de la ineptitud y la imbecilidad. Solo de imaginarme que algún ejemplar de Álvaro de Laiglesia de los que compró mi madre en sus años de lectora ávida y circulaban en manos de la familia con lo que estoy seguro nació el buen sentido del humor y logró que su afición se hizo extensiva a los cuatro hermanos se hubieran ido del rincón que les pertenece.
Era típico que cuando hacíamos las tareas escolares, desde la habitación de mamá llegaba la risa interminable que contagiaba. Urgiámosle para que finalizara la lectura del libro y comenzara a rotar. El ciclo lo iniciaba Natalia mi hermana mayor que fue contumaz lectora de novelitas rosa. La siguiente, Gera, no fue muy aficionada a la lectura en los años juveniles, lo fue en la edad adulta a la par de mi compadre Jorge su marido. A mi no me tocaba el siguiente turno, pero a escondidas leía el texto pues Felipe mi hermano mayor estaba ocupado en otros menesteres. 
Lo que vale decir de este autor Vascuence es la fama que obtuvo desde mediados de los años de la guerra civil española que logró hacer reír a miles de personas en su patria y en latino américa en general y aquí en San Luis en particular gracias a las buenas artes del Sr. Káiser que también disfrutaba y recomendaba con alegría al autor de títulos como El baúl de los cadáveres, La muela del juicio final etc.


Tres o cuatro ejemplares de la colección fueron la reelectura cuando la devualuación del 94 impidió acceder a libros más caros y nuevos, pero en lo de viejo los conseguí aún, a precio razonable. El que menciono al final del párrafo anterior es el primero que leí con ávido apetito de polilla muerta de hambre. Me hacía reír hasta las lágrimas, todas las tardes al llegar a casa antes de hacer tarea y salir a jugar con mis revoltosos amigos: Galarza, Ramírez, Ariceaga, Rodríguez, Varona, Orozco, Lozano y Benavente. ¡Ah pa racita! Que debo añadir como nota al margen que seguimos siendo buenos cuates hasta la fecha y que recordamos con cariño las bajas que el tiempo se ha encargado de llevarse. Recuerdo que me preguntaban de qué tanto me reía, pues mi cuarto daba a la calle. Con lo que recomendaba el título, pero no prestaba el volumen porque mi madre me estrangulaba y a veces había que devolverlo a la biblioteca del Espíritu Santo. No el que están pensando, nunca tuve apariciones ni mucho menos alucinaciones. Me refiero a la de la iglesia del mismo nombre; por la calle de Escobedo estaba la entrada a la biblio. 

Al final de los años, mi hermana mayor se quedó con el hermoso librero de mi madre, mueble de madera tallada de estilo barroco y con él los textos de Álvaro de Laiglesia. Debo decir que ella se merecía ese artístico librero y muchas cosas más, así que a lo hecho, pecho. Yo conservo por casualidad uno de esos títulos, "La muela del juicio final". Y digo por casual efecto de una noche bohemia, que no me gustan tanto...(perdón por la hipocresía). El caso es que con frecuencia acudía con mi hermano a casa del cuñado Raúl que habitualmente departía las tardes con otros melómanos como los doctores: J. Reyes, Héctor Haro, Díaz de León, el famoso Güero Flores, otro médico familiar del equipo y Don Gil, un hombre bueno como el pan, decente, amable y buen consejero. Los demás eran medio carambas, todos buenos para la música. Las libaciones eran parte del objetivo principal de aguzar el oído. Ahí aprendí entre otras cosas a respetar el alcohol, respeto que alcancé hasta los sesenta años, si ya sé, un poco tarde, porque siempre fui un poco rebelde con la autoridad. 
En una ocasión, al final de alguna tertulia, cuando regresábamos a casa por instrumentos, ya llevaba entre mis cosas ese libro que no devolví, solo por no ser más tonto. Debo confesar que algunos de los ejemplares de otros autores que guardo en la minibiblioteca fueron préstamos que decidieron quedarse conmigo atendiendo al buen cuidado y amor del ahora propietario por antonomasia...¡he dicho!

Dejen les platico de lo que recuerdo y he leído del autor que hoy ocupa este blog, para que se enteren a quién admiro y con quien me río del mundo y sus tarugadas. Para que no digan que aquí no hay cultura...

Álvaro de Laiglesia nació en San Sebastián en 1922 aunque su familia vivía en Madrid, su abuelo fue el dueño del Banco Español de crédito, lo que permitió que el escritor tuviera una infancia acomodada hasta el estallido de la guerra civil. (Como muchos de nosotros hasta que llegó López Dávila). La debacle familiar obligó al autor a vivir con la madre hasta los dieciséis años. Tuvo cinco hermanos, dos mujeres que por seguridad fueron separadas de la familia para salvarlas de los bombardeos nazis. La colección de arte familiar fue rasgada con las uñas por parte de la guardia civil y por suerte no fueron llevados al paredón. Álvaro, su madre y las hermanas se refugiaron en San Sebastián en la finca de verano. A esa edad, de Laiglesia comenzó a escribir en un pequeño magazine "La Ametralladora" fundado por Miguel Mihura. Pero la familia quiso que tuviera una carrera segura, obligándolo a trabajar después de la guerra en el Banco de España. Duró ahí cien días y sin avisarle a alguien se fue a vivir a La Habana. Pepín Rivero, dueño del Periódico de La Marina lo invita a escribir una columna humorística por diez pesos a la semana. Regresa de Cuba en 1944, le dan chamba en otro periódico llamado Informaciones. Creo que un año después se vuelve cofundador del periódico semanal "La Codorniz". En ese, escribe una columna que la crítica llama "La más famosa columna de humor para gente inteligente" En el cuarenta y cuatro se vuelve editor de La Codorniz por mas de treinta años.

De Laiglesa y Miguel Mihura escriben scripts para televisión, teatro y cine. Una de las más populares películas que tuve oportunidad de ver en el Cine Alameda allá por los inicios de la década de los sesenta, es: "El caso de la mujer asesinadita" Actuada por Jorge Mistral, Martha Roth, Amparo Arozamena, Gloria Marín, Doña Prudencia Grifel y otros famosos de nuestro cine nacional en sus tiempos de gloria. Que no hubiese recordado de nos ser por el afiche que me hallé en la red y que ilustra el blog a la derecha de estas letrillas.

Bueno ya fue suficiente cultura, confórmense con esto mis estimados lectores y aunque algunas personas me piden que ponga mi dirección de correo electrónico para enviarme algún comentario, les digo que probablemente no lo volvería a hacer como cuando escribí en Pulso, el diario de San Luis y a donde he de volver cuando haya cambios en el gobierno municipal. Pa´que me expongo, a ver. Pero igual se pone peor, ya quiere el PRI separar a Juan Manuel Carreras dizque para protegerlo de amenazas de ya saben quién. 

Hasta la Próxima. 
Bueno, ahí va: pericogonzalezojeda@hotmail.com
A ver si no me arrepiento, jajaja

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