LA GATA POLÍTICA

                                                  Dr. Pedro Alfonso González.

Por razones obvias, fui al médico. Galeno exitoso, muy sabio para ser tan joven, pero sobretodo muy taquillero. Su sala de espera, una de las más lujosa que mis pies hallan pisado, muy al estilo norte americano, con varias recepcionistas que se encargan desde quién verifica tu cita, hasta la chica que te coloca la bata de exploración y te posiciona en el chaiselonge donde el colega examinará tus miserias...bueno, las mías. Al llegar y demostrarle a la persona de la entrada que eres el citado, tomará tus datos generales, si vas por primera vez te acompaña a una sala especial donde los demás pacientes comentan animados los sucesos más importantes de la semana. No encontrarás las revistas aburridas, grasosas y viejas de costumbre. Por el contrario abundan los iPads, una pantalla que puedes bajar o subir desde tu asiento, que te muestra tanto televisión como Internet, así como explicación de lo que el doctor y sus asociados saben hacer e irremediablemente podrán someterte si aceptas el tratamiento específico, pero finalmente estás ahí para eso.



Fue precisamente en la sala común que una señora comenzó a cuestionarme en el momento en que me disponía a usar una tablet para leer un cuento de Allan Poe. Como soy poco tímido y me encanta el cotorreo, dejé el aparatejo en su lugar y me dispuse a platicar mientras ella ensartó como collar de cuentas, una pregunta tras otra; por fin, llegamos al tema de todas las bocas: el peje lagarto. Con cautela adiviné sus predilecciones políticas para no entrar en discusiones estériles o agarrarnos a fregadazos por defender lo indefendible. ¿Usted votó por AMLO? Me preguntó a bocajarro, incidiendo su mirada de gata bodeguera sobre la mía de tierno cordero. No pude sino balbucear un no tembloroso. Para ese momento ya sentía su mirada hasta lo más hondo de mi cerebelo. La mujer volvió a sentarse en su posición original y viendo al frente dijo lacónicamente: ¡No le creo!, tiene usted cara de lópez obradorista. Para ese momento sentía que mi voluntad había sido robada por la gata en el tejado quien de un brinco me volvió a encarar sentándose con la pierna muy cruzada para acomodar su amplio trasero en la esquina del sofá. Y cuando la gatúbela estaba por disparar la siguiente interrogante, una bonita asistente me llevó hacia el consultorio del joven doctor. 


Una vez repuesto del asedio, me concentré en explicarle a mi médico cuáles fueron los achaques que han ocurrido desde la última consulta. Observé que el doctor escribía con atención en una hoja de papel, y en ningún momento hizo por tomar el celular o la computadora para chatear con alguna amiguita o contestar los whatts que sus colegas le enviarían. Lo cual agradecí, pues he oído a muchos pacientes quejarse de sus médicos, que hacen de la consulta un verdadero martirio y salen de ésta decepcionados del gandul que les cobró como si los hubiese escuchado. 
Pasé al momento de la revisión y a pesar de la juventud del especialista, siguió a pie juntillas el momento propedéutico al que nosotros los médicos de la vieja guardia seguimos fielmente por haber sido el que les aprendimos a los excelentes profesores de nuestra Facultad.
Por fortuna, la salida del consultorio no se encuentra con la sala de espera. Así, me libré de la mirada inquisitoria de la felina de los grandes ojos,  que en ese momento estaría con su mirada sin parpadeos sobre la vista de una monjita o un anciano flacucho y tímido como yo.




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