LA INVASIÓN DE LAS CEBRAS QUE DESAPARECEN

Qué ondas con el título de esta colaboración. Para dónde va el tema o que se trae el autor de este blog. No os apureís, la respuesta viene enseguida.


Todos de alguna forma nos hemos dado cuenta de que hay automovilistas que se adueñan de las calles, estacionándose o detienen sus vehículos durante el rojo del semáforo sobre la cebra, esas rayas ex profeso para darle paso al peatón, el cual, tiene que exponer su alma y pellejo atravesando esquinas en verdadero laberinto de coches cuyos pilotos mantienen un pie en el acelerador y el otro en el freno para salir en estampida al encenderse la luz verde; momento preciso en el que los peatones hacen malabares para sortear la acometida del moderno troglodita con ruedas.

En la avenida Carranza, por el paso vehicular, por la erosión o la mala calidad de la pintura empleada, esas rayas han ido desapareciendo en las esquinas. Ya no son nítidas desde hace varios años. Eso conduce a que el gremio de señoras que manejan, se distraen con el celular o maquillándose el ojo veloz, las invaden y se molestan si cruza un pobre sujeto que pensaba llegar invicto a su trabajo o a las tortillas, pero la dama lo ve con displicencia a través del rabillo ocular, frunce el ósculo de su boca mostrando los caninos en gesto amenazante, el pobre tipo no sabe por donde atravesar su  vida y portafolios, se detiene frente al BMW tres segundos antes del verde. La mujer gruñe, se desespera porque lleva a sus pequeñitos al colegio casi en punto de las ocho y media. El sujeto, que por dormir cinco minutos más, está a punto de mandarle su ánima al creador creyendo que la cebra iba por ahí y que los automovilistas presuponen que el transeúnte tiene la obligación de cruzar rápido el arroyo.


He visto con frecuencia y me ha sucedido  con regularidad que somos más de cuatro los incautos peatones al borde de la banqueta para intentar seguir con nuestras vidas tratando de distinguir las rayas del cruce, pero los vestigios de algunas cebras son en realidad engaños de la mente porque en definitiva ya no existen. Pero la invasión vehicular no permite ir con la decisión de un político ratero o espía, así que no queda otra que poner en riesgo de astronauta en el despegue nuestra precaria existencia...y si a eso agregamos la edad, que ya no deja posibilidad alguna para un cruce ágil, se queda a media calle la osamenta, mientras las bocinas de los autos reclaman paso a sus prisas y el pasito tun tun del depauperado sujeto de la quinta edad, apenas y con gran esfuerzo, a unos centímetros del camellón se le afloja el cinturón y el intestino, dejando huella de la aventura. ¡Ah! pero si a esto agregamos que todavía hay que llegar a la otra orilla, pasa que los matorrales del camellón no le permiten atisbar si persiste el riesgo de muerte cruzando el trecho final de la avenida. Hay necesidad de asomarse bajo las matas para el intento y ahí viene el tremendo desenlace, que he visto un par de veces en personas que vienen de comunidades y que aun portan el aguerrido sombrero de nuestra tierra mexicana que al agacharse para ver tras las matas, pasan los autos pegados al zócalo del camellón y se llevan el de charro y a veces al dueño de la guaripa, quien muere en el acto por fractura de coco.



Para mi buena suerte, suelo cruzar esa y otras avenidas de nuestra mal pavimentada urbe, con tanta precaución que parezco cajero de banorte desconfiado.



Hasta la próxima.


Comentarios

  1. Primero, felicidades por el Blog. Segundo, muy buena síntesis de la falta de humanidad en las calles contra los terrenales peatones.

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