EL CINE POTOSINO Y LA SOBREPOBLACION

No pretendo ahora, hacer un relato de los cines de antaño, más bien, la intención va dirigida a comprender el por qué del desarrollo de esta ciudad, como igual habrá pasado en otras y en pueblos pequeños del mundo. Basta recordar la película de Cinema Paradiso para identificarnos plenamente, con evocaciones de las pláticas de padres y abuelos y los cines de su tiempo. 


  El cine Othón y el Azteca, los más céntricos del paraje potosino fueron sin duda cuna de los amores y desamores de un gran número de cinéfilos. La oscuridad de las áreas de balcón y galería fueron el resquicio de jugueteos de todo tipo, desde los más inocentes como tomarse tímidamente de la mano, pasando por besos intensos, hasta incómodos encuentros sexuales en aquellas bancas de madera que crujían desesperadamente al ritmo que la naturaleza humana determinó para tales fines lúbricos. No había, según me platican mis amigos y algunas amigas, crítica alguna para los que estaban entregados a la tarea, pues eran tan pocas parejas distribuidas estratégicamente que ni tiempo tenían de considerar miradas indiscretas. Y cuando el inspector subía a la sala, con su amarillenta luz, se hacía de la vista gorda o se abocaba a lo propio con su pareja en turno.

Ambos cines recibían una o dos veces al día, dependiendo de las funciones, a un público diferente entre semana. Obreros, ferrocarrileros, secretarias de los palacios de gobierno y municipal, cuyos jefes se autorizaban un breve desliz. Estudiantes de la Uni, la única en ese entonces. Amas de casa aburridas de sus labores y de su marido; jovencitas del Hispano Inglés propietarias de furtivos noviazgos que se casaron obligadamente con tales furtivos sujetos. Propietarios de flotillas de taxis con su peor es nada. La función nocturna, con diferente personal y otra taquillera, acostumbrada a las parejas de mayor postín, es decir las señoras con sus esposos legales, médicos y abogados que se encontraban ahí para salir a cenar después de la película estelar a lugares como el Tokio, Versalles o el Concordia. 

Cuando se inauguran mejores salas cinematográficas, Cine Avenida y alameda, los parroquianos de los céntricos cines, emigran a éstas modificando incluso sus atuendos. Costumbre que permea en la muchachada dominguera, que asistíamos abarrotándolas vestidos correctamente de traje, corbata, zapato y copete lustrosos, gracias a la Glostora. En estos cines que solo contaban con balcón, eran difíciles las entregas al amor sin vergüenza cual ninguna, pero de lunes a viernes moría esta regla, siempre y cuando el inspector de sala tuviese una mejor luz para detectar a los enamorados y remitirlos a las autoridades por faltas a la moral y las buenas costumbres. Hasta la fecha no entiendo por qué tales exigencias, pues no es inmoral hacer los amores cuando la oscuridad es cómplice y aparte es una costumbre ancestral bastante buena y deliciosa. Pero en fin, pobres de mis amigos y amigas que fueron echados del cine por los cuarenta y ocho escalones y un descanso que salían directamente a un lado de la farmacia Avenida, donde era obligada la soda de cola con nieve de vainilla en aquel famoso Ice cream.

Muchas parejas que hoy pintan canas y dibujan para los nietos, fueron expulsadas en varias ocasiones del cine por intentos a la procreación no siempre fallidos y cuya relación perdura llenos de felicidad...bueno están juntos y punto. 

Recordar es vivir y vean ustedes, traviesos lectores como los cines potosinos fueron cómplices de la sobre población del Gran Tunal.

Hasta el próximo Blog.

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