HABLEMOS DE SEGURIDAD EN DÍAS DE COMPLETA INSEGURIDAD.

Pedro Alfonso González.

Viernes dos de la tarde. El hambre colisionaba ya en el estómago, las opciones se barajaban en la mesa de la discusión familiar; yo esto, tú aquello, ella le gusta en este lugar y él prefiere en sushi. Después del consenso decidimos una plaza del poniente de la ciudad. Hay de todo para todos los gustos.
Antes de entrar al tema les platico una evocación:

En mis recuerdos de la infancia más tristes,  relacionados con la inseguridad, vienen de cuando un "mariposero" (que ojalá dios lo tenga a fuego lento en algún rincón del purgatorio), sustrajo de la cochera de mi casa de Antonio Caso número cuatro, la bicicleta que había adquirido con cuarenta domingos de siete pesos cada uno, porque aunque mi padre me daba diez pesotes, tres se iban a la diversión, cine, palomitas, refresco y nieve del café La Farmacia Avenida, saliendito del cine. A veces había que invitar a la novia al mismo proceso por lo que en vez de pellizcarle tres pesos al ahorro, eran seis. 

Fue el de la bici un robo muy sentido, mi familia se entristeció igual que yo, pero no hicieron nada por resarcir el daño, así, que ni modo. A volver a guardar los domingos. Don Felipe mi apá, hizo lo que esperamos de un padre, compró con Don Urbano Díaz de León una bicicleta similar a la robada y me la vendió mi harbano padre en doce mensualidades sin intereses, o sea, me quedé sin mesada por un año, por lo que tuve que dar cajonazo en el Ezgodi en feliz complicidad con los empleados del negocio, especial agradecimiento a Carlos Mancilla alias El Chupado y al más famoso pájaro de cuenta, apodado igual, quienes en domingo, aportaban cinco pesos de las ganancias del día.

Pues así la vida que sigue y sigue y ese mismo viernes que comíamos con gusto en la plaza de Slim, dos infames ladrones se introducían en mi departamento botando las chapas, revolviendo todo y sustrayendo algunos objetos de valor. Para los hijos que ya no residen con nosotros, pero ese día nos juntamos, y para mi señora, representó un serio dolor de cabeza. Yo agradecí no haber estado allí. Igual no hubiera podido platicarles el drama por estar frío como paleta en el incómodo cajón mortuorio. 

Simultáneamente al allanamiento, otros dos departamentos eran violentados, con pérdidas importantes. La firma del ratero imbécil, fue llevarse la funda de la almohada de mi esposa y la de otras dos señoras del edificio a donde se metieron. Las usan supongo, para echar el fruto de sus robos, pensando que buscan dinero y alhajas. Pero también podrían hacer con ellas maleficios, mal de ojo, brujería que ponga en peligro la salud de las damas. Esperaré un par de meses para una limpia, igual no pasa nada.

La policía llegó oportunamente, cuarenta minutos después del robo, cuando los cacos ya iban por Santa María del Río, o no sé por dónde estaban, pero seguramente muy lejos. Y ¿qué pasó? Adivinaron. 
Lo que queda de aprendizaje después de una cosa así es en realidad inútil propagarla al resto de los moradores decentes de esta ciudad. No dejar que ocurra nuevamente, con algunas medidas de seguridad, como por ejemplo, poner una ametralladora calibre 50 en la puerta del edificio, con un soldado contratado para accionarla cuando no se identifique quien pretenda entrar. La puerta de acero de entrada a casa, remachada, con placas de plomo en su interior. Una escopeta doce recortada junto a la cámara detectora de movimiento y un poco de ántrax que se active en cuanto el bandido abra un sobre que diga $Renta $15,000.
A mi modo de ver la situación social en este momento en San Luis, hace imposible quedar a salvo del crimen organizado y sus mamás, tías y hermanas, que ya están en la nómina y piden a sus críos que sustraigan valores de oro y plata que son fácilmente negociables. Que le roben a Carlitos Slim en la joyería de Sanborn´s, no hará merma en lo absoluto en su abultada billetera, es como quitarle un átomo de hidrógeno a una gota de agua. Pero a nosotros, ciudadanos de bien, representa una multiplicidad de gastos inherentes a mantener la seguridad.

Aunque en todo México priva el temor por ser asaltados, muertos, picoteados, secuestrados, violados, vejados etc, hay diferentes clases de rateros. Los de cuello blanco y calzón cochino, como Duarte y los Moreira, de garras y dientes afilados. También los hay para fastidiar a los comunes mortales, que igual te pillan en la calle y te roban el celular o simplemente te pegan un tiro entre ceja y oreja.

Pero no ocurrirá un cambio real hasta que los que ponen el ejemplo y se manejan en las esferas del poder, como dice el peje, iremos acumulando la ira natural en contra de los malandrines y un buen día, este pueblo que fue revolucionario y aguerrido a principios del siglo pasado, vuelva a hervirle la sangre y se lance a la calle a manifestarse por su derecho constitucional de seguridad que debe brindar el estúpido gobierno de peña nieto (con minúsculas) y que por lo visto tendremos que esperar a las elecciones del 2018. Otros seis años de lo mismo.

Bueno mis estimados lectores ya eché tinta para desfogar mi frustración de haber sido robado, pero no asesinado gracias a la ausencia.

Hasta el Próximo Blog.

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