LA VACUNA QUE NO ES VACUNA

Dr. Pedro Alfonso González

 

Sin lucir fatalista, podría ser esta modesta nota, la última que escribo. La razón es muy simple, no pensaba dejar que me inoculen con un agente nocivo para la salud al que pomposamente le llaman vacuna sin serlo. El diccionario de la RAE dice lo siguiente: VACUNA: “Antígeno procedente de uno o varios organismos patógenos, cuya administración estimula la inmunidad activa y protege contra la infección por dichos microrganismos”.

Para darle a este concepto un poco más de especificidad, les comento que la mayoría de las vacunas que hemos conocido a lo largo de nuestras vidas se han desarrollado a partir de virus vivos atenuados o virus muertos, así también bacterias. Las vacunas requieren periodos de prueba de cinco etapas, que llevan entre cinco o seis años de estudios (a veces más), para considerarlas útiles para la prevención de enfermedades. De hecho la vacuna del HIV no se ha logrado y es un virus el causante de la enfermedad. La sustancia que están inoculando en el mundo es un compuesto concebido para modificar el RNA del virus causante del Covid19. Se producen antígenos que supuestamente nos defenderán contra el Coronavirus, pero en seis o siete meses, comenzarán enfermedades autoinmunes de diferentes tipos.

Qué me pasa si no permito que me inoculen. Bueno, me podrá dar la enfermedad, ya sea en forma de  asintomático, o que me lleve al panteón. Todo esto con el costo familiar, económico y ¡vaya usted a saber! Ergo, me dejo poner la cosa esa, que podría ser aire lo que me administren y el efecto placebo me libre del virus. Lo que sea, me dejaré aplicar el compuesto mal llamado vacuna contra mis ideas claras de que es una cochinada que nos matará tarde o temprano. Pero qué tal que si quedo protegido, que tal que saldré a la calle, al desayuno con mis compañeros de generación, que solo nos vemos muy de vez en cuando por video llamada. Qué tal que festejo mi cumpleaños, el de mi esposa, los de mis hijos canijos. Pero sobre todo, que tal que no muero por insuficiencia respiratoria como muchos pobres mexicanos que dejaron a sus familias tristes y llorando por lo cruel de esa muerte en soledad absoluta. Ni adiós hubo chance de decirse.

Hoy, es precisamente ese día de formarme en larga fila de personas de la 3ª edad para recibir el biológico, que ojalá ya se les haya vencido por la temperatura de estos días de primavera y no funcione. Si, ya sé que soy zacatón, me cuesta acceder a dejar que mi cuerpo reciba lo que me matará al fin de cuentas. Así, debiera tenerle miedo al wiski o a las cheves que sin receta previa, me las dispenso con singular alegría.

Pero saben ustedes, apreciados lectores, por qué me resisto a recibir la Pfizer, que tengo entendido es la que nos aplicarán hoy. La razón de mis miedos tiene que ver con testimonios de científicos europeos y norte americanos que demuestran con datos duros, del peligro de esos productos, pero en fin. Pasemos a otra cosa menos vacunoide.

(Horas después)…

Nos dirigimos hacia un sitio de vacunación conocido como Alto Rendimiento o Instituto Potosino del Deporte. El sol estaba haciendo su trabajo como si le pagaran millones, más grados de los que esta ciudad está acostumbrada. Gran movimiento de autos y de gente, unos, llevaban del brazo a sus familiares, otros, les empujaban la silla de ruedas, por allá, de lujosa camioneta subieron a la ancianita muy sonriente, avisaba al torpe hijo o nieto tal vez, que fuera menos bruto para cargarla. Cientos de personas formadas en lo que hasta ese momento parecía una interminable fila, que daba vuelta a la cuadra, colorida por sombrillas vendidas por oportuno personaje que no parecían acabársele. Lo vi tres veces pregonando su producto con ellas colgadas de su largo brazo, la otra extremidad lucía de tamaño normal. La primera vez pasó cerca de nosotros logrando colocar cinco de un golpe, momentos después, en ese mismo largo brazo ya negociaba otras tantas. Nosotros, antes de llegar ahí, sacamos del auto la que mi yerno trae de siempre, que pesa media tonelada y que tuve que cargar las siguientes dos horas que llevó el proceso.

Se armó el cotarro con las personas, somos mi esposa y yo de fácil relación con el resto de la humanidad, además por lo largo de la formación, supusimos iba para largo y plática nos sobra. Envidié al tipo de las sombrillas, no su brazo, venderlas yo, en fin. Mi vecina de atrás, es decir, una señorita, hablaba por celular con varios familiares, llegaba a acuerdos, componía conflictos, establecía negociaciones. No se expresaba a gritos como suele suceder con muchos que usan el móvil como anunciando el fin del mundo, no, ella lo hizo como si tuviese al interlocutor a su lado, en baja voz, bueno no tan baja que no escuchara alguna de sus conversaciones (¿o todas?). Lo curioso hasta ese momento en que la fila no parecía avanzar, es que ella no era una persona de la tercera edad, más bien lucía como de unos treinta años. Quise esperar a que dejara el celular, para preguntarle la razón de su estadía en esa fila sin fin. Sin embargo súbitamente expresó: ¡Ah, ya te vi papá! Con esto, abandonó la formación y entró al relevo el progenitor de la misma. Por fortuna, como luego me enteré, el papá no gusta de teléfonos de algún tipo, por lo que se entabló una buena conversación. No supe su nombre ni él el mío, no hizo falta, nos reímos de tonteras hasta que llegó el momento de la redistribución del contingente, cosa que nos apartó. Por allá, mi señora, conversaba animadamente con otro prospecto a vacunarse.

Ya suficientemente asoleados y al borde del colapso nervioso, la fila avanzó con tal rapidez, que si nos descuidamos, podrían haberse metido a la fila veinte personas y nosotros en entretenida plática.

La organización fue excelente. La milicia con elementos muy educados, guiaban al contingente canoso, chicas civiles con solo un gafete de identificación, totalmente innecesario nadie lo veía, nos acomodaron en sillas sugiriéndonos avanzar de una en una hasta llegar con el personal femenino de enfermeras del IMSS, y de Sedena para ser inoculados con esa cosa que nos habrá de matar tarde o temprano. Ex alumnos míos de la cátedra de Cardiología de la Universidad Cuauhtémoc, fueron a saludarme, resaltando que alguna vez los reprobé en los parciales, pero que eso sirvió para hacer de ellos mejores médicos. (Hipocritones los chavos).

Salimos de ahí ordenadamente, satisfechos de haber matado dos pájaros de un tiro, como atinadamente dijo uno de mis hijos. Directo a casa, fatigados, “vacunados” con leve dolor en el brazo inoculado a dormir la siesta del perro.

 

Aviso parroquial: Para los miedosos a las agujas, les tranquilizo: no se percibe el piquete ni la administración de la sustancia mortífera. No temáis como Judas y vacunaos.           

 

Hasta la próxima…sí la hay.

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